sábado, 7 de febrero de 2009

Manhattan Hostel: Ada Swarty

Llegué a pie a mi casa, completamente destrozada y no por el mero de hecho de que los tacones me destrozaron los pies. Cerré la puerta de un portazo y lancé las llaves, el abrigo y el bolso contra el tocador y me dejé caer en la cama agotada, tirando los malditos zapatos bien lejos. Las lagrimas se me habían gastado durante todo el trayecto a casa y no podía más llorar.

Me dolía en la parte de detrás de los talones y en el dedo gordo y pequeño de ambos pies. Seguro que los zapatos nuevos me hicieron rozadura. Pero no quería moverme de allí, tumbada boca arriba, con los brazos en cruz y las piernas estiradas … Me dolía incluso los ojos, notándolos un poco resecos. Todo mi cuerpo gritaba de dolor pero quería estar así; era una forma más de martirizarme …

Desperté a regañadientes cuando la luz de sol incidió completamente sobre mis ojos. Me di la vuelta y evité que siguiera dándome en toda la cara, pero por más que intentaba cerrar los ojos, no podía volver a conciliar el sueño, a pesar de todo el cansancio que aún estaba presente en mi maltrecho cuerpo.

Me levanté despacio, con la cabeza colgando, como si pesara terriblemente y me dirigí hacia el baño. Necesitaba una ducha de agua caliente. Abrí la ducha mientras esta se calentaba y me quité el vestido, dejándolo caer de mis hombros y las medias y demás ropa interior, pasando por encima de las prendas, sin ganas de agacharme a recogerlas.

Recibí el agua caliente sobre mi piel como una lluvia dorada y divina, cerrando mis ojos y dejando que poco a poco que todo mi pelo se mojase. Después procedí gustosa a asearme, tomándome mi tiempo, quitándome toda la suciedad, y no solamente la física sino también la moral.

Cuando salí de la ducha, secándome el pelo con la toalla, me senté al borde de la cama y miré ensimismada el vestido blanco tendido en el suelo. Maldito bastardo … ¿Por qué no me alejé de él cuando pude? Aquellos ojos, aquella mirada de furia, la cicatriz en la mejilla … Un especie de frío me recorrió todo el cuerpo y me hizo temblar. Me levanté para mirar cómo estaba el radiador de caliente, debajo de la ventana, como no quisiendo reconocer tener miedo …

Entonces por la ventana, vi a un muchacho repartidor gritando por la ventana alguna noticia de última hora … Abrí levemente la cortina y entreabrí la ventana para oír mejor.

-¡Extra, extra! ¡Asesinato en el Bohemian! ¡Inauguración sangrienta! ¡Extra, extra!-gritaba el muchacho, alzando al aire aquellos trozos de papel.

Cielo santo …

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