martes, 10 de febrero de 2009

Canadá: Al Capone


El ambiente en aquel lugar no distaba demasiado a los otros entornos en los que también me movía. Nos sentamos en un rincón y esperamos la llegada del proveedor. Venía acompañado, era un tipo normal, que parecía contrastar bastante su forma de vestir con nuestros atuendos. Nos miramos confusos y abrumados, chasqueando la garganta para aclararla.

Pedimos unas bebidas y pegamos un sorbo tímidamente, moviéndo los dedos de manera nerviosa y y juntando las manos en señal de iquietud. Nos miramos directamente a los ojos, los unos a los otros y entonces, solté yo la primera piedra.

-Bueno, ¿vamos directos al grano o qué?-dije, golpeando con mucho nerviosismo encima de la mesa los dedos- Entremos al tema …

-Sí, bueno -comenzó con acento italiano muy influido por el inglés- Tú ya sabes a qué me dedico … Lo que no sé que pretendes tú con tus negocios, así que, desenfunda tú, vaquero, primero …

Le sonreí irónicamente por sus triste palabras. Me eché hacia delante de la sillas, con los codos apoyados encima de la mesa, con las manos enlazadas. Le indiqué con un dedo que se acercarse y le susurré.

-Ten cuidado siquiera con lo que piensas …-le dí una cachetada en forma amistosa y le empujé hacia atrás- Pero bueno, te diré que pretendo … Me mandó mi jefe aquí para contactar contigo … Quiere que seas su proveedor oficial en New York … Pero yo te propongo también otro negocio más apetitoso …

-Entonces dime …-dijo el otro sonriendo y frotándose las manos.

-Quiero que me suministres a mí bebidas y yo me encargaré de distribuirlas, no solo en New York, sino también a Chicago, Miami, Las Vegas … Te propongo un marco más amplio … Pero te pido discrección, trabajaran para mí, así que tendrás que contactar conmigo en todo hasta que te diga que puedes levantar la voz …¿Qué opinas? Te pagaré un porcentaje más alto por cada ciudad exportada que el que te ofrece Torrio.

-¡Como no aceptar! Sería un estúpido sino lo hiciese …-me dije, levantándose para ir a abrazarme.

Le correspondí sin mucha ganas pero bueno, todo sea por los negocios, incluida la falsedad. Él mandó al muchacho que le acompañaba a pedir una ronda, a la que nos invitaba, para celebrarlo.

Aquella noche acabamos mal. Entonces, llegamos a casa a arrastras, como si fuésemos aún dos adolescentes, como dos cabezas locas, abrazados y apoyándonos el uno sobre el otro. Entramos dentro, muertos de frío, con la nieve sobre los hombros y las solapa de los sombreros. El contraste entre el frío que llevábamos en el cuerpo y el calor agradable de la casa casi nos deja medio adormilados.

Subimos las escaleras y nos tiramos en nuestras camas, completamente vestidos, sin siquiera quitarnos los abrigos. Los sombreros cayeron y enseguida nos quedamos sopa … La luz de la mañana entró por la ventana, dándonos directamente sobre los ojos. Me pasé la mano por la boca, de lo agusto que había dormido babeé un poco como bobo. Me quité el abrigo y la ropa, que lancé hacia el suelo, aprovechando que Fran andaba dormiendo como bebito en la otra cama.

Me pegué una buena ducha, pero andaba tan dormido, que ni siquiera me percaté que las cortinas de telas se me andaban pegando al culo. Entró alguién más al baño y me puse enseguida en estado de alerta. La vergüenza me inundó por completo, ya que estaba en una casa de extraños. Entreabrí ligeramente las cortinas y entonces vi a una adormilada Cristina mirándose con un careto impresionante al espejo, con todo el pelo revuelto.

-Buenos días, princesa …-le dije con una sonrisa, asomando la cabeza. Sino fuera por la moral, me la cogería para tirármela de lo cachondo que andaba.

Ella pareció asustarse y se tapó los ojos con las manos, echándose hacia atrás aturdida.

-¡Oh! Lo siento de verás … No era mi intención entrar … Creí que no había nadie, y como el otro está ocupado …-dijo a toda velocidad, atragantándose con las palabras de los nervios.

-¿Me podrías pasar una toalla, por favor?- le dije extendiéndole la mano.

-¡Sí, sí! Claro, espera un momento …-rehusaba de mirarme con mucho pudor y rebuscó una toalla en los bajos del mueble del lavabo- Aquí tienes …

Mientras me extendía la toalla, su rostro se giró hacia un lado y sus mejillas comenzaron a sonrrojarse. La cogí la toalla. No podía dejar de sonreír. Abrí las cortinas sin haberme tapado, mientras ella volvió la cara y me miró atónita ahí abajo, con los ojos abiertos de par en par y con el rostro completamente rojo.

Con suma tranquilidad , me rodeé con la toalla a la cintura y salí de la ducha. Con otra toalla que había sobre el lavabo me sequé la cabeza. La otra permanecía inmóbil. La sonreí y guiñé un ojo.

-Gracias-la tomé un brazo, con la toalla de la cabeza colgando del cuello y la besé con un toque en los labios. Casi se me desmaya allí mismo …

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