lunes, 16 de marzo de 2009

Gran Bohemina Hotel: Ada Swarty

Estábamos al borde del éxtasis cuando de pronto sonaron unos golpes insistentes en la puerta. Nos separamos a regadientes y el salió de la bañera, poniéndose un albornoz blanco encima. Eché la cabeza hacia atrás un rato, respirando hondo y volviendo a posar los pies sobre la tierra. Me toqué la frente un momento, ya que derrepente y sin venir a cuento me dio un leve dolor de cabeza.

-¿Te encuentras bien?- me preguntó Keith, situándose detrás de mí.

-Sí, tranquilo- le sonreí para tranquilizarle y tomé la mano que me ofrecía para ayudarme a salir del agua.

Me rodeó con sus fuertes brazos la cintura, apretándome de cerca contra él, mientras me daba leves y dulces besos en la boca. Me acercó otro albornoz, de mi talla, y nos dirigimos hacia la habitación en si. Sobre una mesita de té, estaba puesta una bandeja de plata, con el pedido que habíamos hecho más una rosa, cucamente colocada con un pequeño jarroncito de cristal. La cogí para olerla; estaba recién cortada.

-¿Esto es para mí?-le pregunté coqueta, llevándomela a los labios y pasándola los pétalos por la comisura de los mismos lentamente.

-¿No te lo esperabas …?-me acercó de nuevo contra si.

-¡De un hombre tan bruto no me lo imaginaba!- comencé a reír, rodeándole con mis brazos el cuello, mientras la rosa prendía en una de mis manos.

Nos fundimos de nuevo en un beso fogoso y apasionado, entremezclando nuestras lenguas en un travieso juego de toqueteos y pillería. Podía notar como volvía a estar predispuesto para la acción … Las telas de un albornoz eran traicioneras. Paramos y me llevó de la cintura hasta la mesita, donde cogió una fresa, la untó delicadamente en el bol de nata y me la acercó a la boca, sin dejar de mirarme con los ojos brillantes de lujuria.

Saqué mi lengua húmeda para probar la dulce nata, provocándole al mismo tiempo con la mirada … Abrí lentamente la boca para abarcar con ella la diminuta fresa, poniendo los labios en u … La saboreé, emitiendo un leve gemido de placer mientras las masticaba. Me acarició los labios con la yema del dedo, como hipnotizado por ellos y me volvió a besar.

Me aparté de él para coger la bandeja y llevarla a la cama. Si lo derramábamos, de eso se encargaría el servicio de limpieza, no me importaba. Nos sentamos en la cama, mientras él se desaflojaba un poco el nudo del albornoz. Tomé otra, esta vez sin nata y la dejé entre mis dientes, cerrando los ojos y acercándome a él a gatas lentamente. Captó el mensaje y él tomó la otra mitad, al mismo tiempo que nos besábamos sabrosamente.

Su mano se posó acariciando mi muslo, alcanzando peligrosamente mi entrepiernas mientras jugueteábamos con la nata y la fresa. Metí un dedo en la nata y me lo llevé a la boca, jugueteando con ella mientras él me miraba mordiéndose los labios. Volví otra vez a lo mismo y se lo ofrecí. Me lo chupaba con dedicación, cerrando los ojos de goce. Agarraba las sábanas de excitación, a la vez que yo ahora me mordía los labios, conteniéndome las ganas de abalanzarme sobre él y hacerle el amor sin compasión.

Caprichosa le abrí el albornoz, dejándome a la vista su espléndido torso y cogí un poco de nata y comencé a untarsela, mientras le dirigía una sonrisa pícara. Me incliné para lamerle los pezones tiesos y acariciarle los abdominales, mientras él agarraba como podía mi trasero, haciéndome que me acercara aún más a él. Llegué a un momento en que podía notar su enorme miembro chocar contra mi babilla. Entonces lo agarré con una mano y le comencé a chupar lentamente de arribabajo, alternándolo con movimientos rápidos y contudentes tanto en la punta del glande cómo en la parte del frenillo.

Aquello le volvía loco y yo sabía perfectamente lo que hacía en cada momento. Me agarraba con fuerza de los cabellos, mientras le oía gemir delicadamente. Disfrutaba enormemente yo también, mientras notaba como estaba comenzando a humedecir ahí debajo de forma pegajosa, excitada por darle placer de aquella manera.

Entonces, sin ser capaz de preveelor, me agarró con ambas manos bruscamente la cara y me besó los labios fogoso, intentando entra en mi boca a través de su lengua. Poco a poco, nos fuímos recostando y abrió con violencia mi albornoz, para después pasar delicadamente su mano por mi cuerpo, sin separar nuestras bocas.

Se colocó habilidosamente sobre mí, mientras yo abría mis piernas automáticamente para acoger sus caderas entre ellas, haciendo caer la bandeja al suelo. No le dimos mayor importancia, continuamos acaricíados con suavidad, disfrutando de cada beso, de cómo poco a poco íbamos reconociendo nuestros cuerpos a través del tacto …

Sumida en mi propio paraiso de placer, sentí como de una sentada se introdujo dentro mía. Abrí los ojos con una mezcla de dolor y placer. Me aferré con fuerza a su espalda, clavándole mis uñas agresivamente con cada embestida. Golpeaba la cama excitada, mientras el me penetraba medio de rodillas y yo arqueba mi espalda. Me mordía los pechos erectos y hacía que mi piel se pusiera de gallina …

Me volteó, cogiéndome por las caderas, reincorporándome en una posición a cuatro patas, medio aturdida y extasiada, y me agarré los hierros del cabecero de cama para apoyarme en algo sitio sin tener que caerme. Entró de nuevo en mí. Notaba un placer aún más intenso ahora en aquella postura. Ahora ya no podía retener mis gemidos. Gritaba como perra, y nunca mejor dicho, mientras él se movía fuerte y cada vez más rápido dentro mía.

Golpeaba insistente los tubos dorados, pidiéndole más intensidad, más profundidad … Incluso le llegué a pedir en mi grado de excitación que gimiera. Lo hizo. Su grave voz me llevaba a la locura si más se podía. Me agarraba con fuerza las caderas, mientras notaba como su pelvis chocaba contra mis nalgas … Ya no podía aguantar más y me salí cayendo sobre la cama derrimbada, mientras mi interior se debordaba sobre las sábanas.

Entonces, me dí la vuelta y le pedí que se corriera encima mía. Se cogió el pene y comenzó a agitarlo de manera rápidisima, mientras yo le acariciaba el perineo, justo detrás de los testículos y le lamía la punta del glande. Podía observar como echaba la cabeza hacía atrás y cerraba los ojos fuertemente, en un gesto de placer absolutamente masculino. Estaba a punto. Sus movimientos eran aún más alocados y me recosté sobre la cama, mientras me acariciaba cada contorno de mi cuerpo con ambas manos, restregando mis muslos el uno contra el otro de puro deleite.
Se inclino sobre mí y recibí encantada su pegajoso y blanco liquído, mientras me los restregaba por el pecho y el vientre. Cayó derrumbado a un lado de la cama y me limpié una mano en las sabanas antes de acariciarle el sudoroso rostro.

-No me arrepiento de haber pasado esta noche contigo … Eres increíble, Ada …-me dijo, entre respiraciones entrecortadas por el cansancio y con una cara de absoluta felicidad.

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