domingo, 25 de enero de 2009

Presentación

Nací un 3 de junio de 1902, en Louisville, Kentucky. Mi padre era hijo de unos inmigrantes austriacos judíos y mi madre también pertenecía a una familia judía pero de origen alemán.

Desde que puedo recordar, a veces pareciéndome casi un sueño, escuchaba las melodías que mi madre tocaba al piano, desde el “Para Elizabeth” de Beethoven, pasando por Chopin, melodías románticas, a las más desgarradoras notas. Aquel fue el primer contacto con el arte y el inicio de mi romance con cualquier manifestación artística. Mi madre, antes de casarse, era una concertista de éxito que tuvo que dejarlo todo para centrarse en su papel como madre.

Mi padre trabajaba en una fábrica cercana, pero también era un hombre que amaba el arte, especialmente la literatura, y en la casa, antes del incidente, poseíamos una gran biblioteca con muchos libros, algunos de los cuales aún conservo. Él fue el gran culpable de esta gran pasión mía por los libros: Dickens, Thackeray, Carlye, Darwin, Emerson, Twain, pero sin duda mi favorito era Goethe. Cada libro que caía en mis manos era devorado con gran ferocidad; incluso creo que antes de llegar a hablar aprendí a leer.


En el barrio era muy conocida por el vocabulario tan extravagante que a veces empleaba, demasiado complejo para alguien de mi edad y era capaz de hacer críticas feroces sobre todo aquello que me disgustaba, no tenía pelos en la lengua y sinceramente me importaba poco herir sensibilidades ajenas, pues como todo el mundo me odiaba a mí, yo les odiaba a ellos también.
Mi padre es uno de los hombres que más admiro en este mundo y el único que quizás me llegó a comprender, porque en parte el contribuyó a crear lo que soy hoy en día, aparte de otras experiencias de la vida. Soy su pequeña obra, lo que siempre quiso en convertirme y que no consiguió con mi hermana menor.

Era un hombre algo frustrado, pues su sueño siempre fue ser actor de teatro. De ahí también mi gran pasión por el mundo de la interpretación. De pequeña jugaba conmigo, sobretodo los sábados, día festivo para los judíos, a disfrazarnos y hacernos representar a mi hermana y a mí, pequeñas obrillas de teatro infantil. Cuando ya fui más mayor, continué con aquella tradición. Mi padre era el encargado de hacerme publicidad entre nuestra comunidad y yo preparaba obrillas, bailes y canciones mientras me acompañaba mi madre al piano.


Pero con mi madre nunca nada fue todo de color de rosa. Esperaba que se me quitarán los pájaros que tenía en la cabeza respecto a la idea del mundo de la interpretación, artístico en general y que me dedicara a cosas mejor vistas como ser escritora o formar una familia. Aunque ella fomentaba entre nosotras la lectura, siempre miraba con malos ojos las lecturas para adultos que hacía. Me acuerdo perfectamente de coger libros a escondidas y llevarlos a mi habitación, esconderlos bajo la cama y por la noche leerlos con lámpara con luz tenue alumbrándome mientras tragabas letras y palabras como si fueran alimento para mi cerebro bajo las sábanas.

En cuanto a mi hermana, mantuve una relación neutral pues no coincidíamos en la mayoría de las cosas y evitaba posible confrontaciones porque ya tenía bastantes problemas con mi madre. Era una chica de los más común, no destacaba especialmente en nada pero a la vez tenía unos mínimos conocimientos de todo. Lo único que admiraba de ella era su capacidad de comprensión, pues siempre que me encontraba mal, no hacía falta decirla nada ni explicarle nada, me cogía, me abrazaba y dejaba que llorase sobre su hombro … No necesitaba explicaciones, no eran necesarias, solo quería hacer sentir bien a los demás, tan simple como eso.

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