
Justo terminamos el espectáculo, salimos corriendo del escenario para dejar paso a otra actuación. Me quedé rezagada mientras las otras corrían de nuevo a los camerinos para cambiarse para la siguiente actuación. Me situé detrás de la cortina que separaba del escenario a los bastidores. Tenía curiosidad por ver como el público aplaudía y el grado de satisfacción que se reflejaba en esos aplausos.
Pero estaba tan emocionada por ser mi primera actuación, que no me dediqué a distinguir, sino a contemplar maravillada nuestro éxito. Por lo menos me sentía aliviada, porque algún fallo que cometí no fue percatado por el público. Miré de un lado a otro hasta que me topé con unos ojos azules tan intensos y marinos que casi se me corta la respiración. Era el rostro más hermoso y exótico que había visto en mi vida. Al girar su cabeza hacia un lado, pude contemplar maravillada aquel perfil perfecto romano, con la nariz recta y elegante, los labios en su justa medida gruesos y aquella actitud tosca de las anchas cejas oscuras. Me podría haber caído al suelo de la admiración, temblándome las rodillas como si fuera una chiquilla.
En seguida, me volteé con el corazón envuelto en fuego, no sabía bien por qué. Me sentía acalorada y comencé a abanicarme con la mano para que se me pasara el sofocón del momento. Una de las chicas más rezagadas se me quedó mirando y me echó una mirada de odio y asco, como si pensara que fuera una niñata tonta. Agaché la cabeza para evitar ponerme furiosa.
-Vamos chica, tenemos que cambiarnos para reunirnos con los clientes en persona, no te creas que aquí acaba el trabajo sucio-me dijo con recochineo, aquella maldita rubia tonta.
Me cogió del brazo bruscamente para hacerme mover. Me llevó dentro del camerino donde supuestamente me tenían la entrada prohibida, donde el ambiente era de locura, libertino y mareante. Comenzaron a desvestirme, aunque yo intenté resistirme, ellas eran más fuertes que yo y entre todas me dejaron desnuda y, cansada, dejé que manipularan mi cuerpo a su antojo.
Me alisaron en el pelo sin ninguna dificultad, estirándolo en unas cuantas pasadas, me desmaquillaron para pintarme de nuevo los labios de un carmín muy intenso, me rizaron las pestañas, me hicieron sombra negra alrededor de todo el ojo y me pusieron una especie de cinta con lentejuelas y demases adornos, coronado con una pluma blanca al final, por detrás de la cabeza.
Me pusieron un vestido sin forma, que caía como una especie de saco en nuestro cuerpo, lleno de flecos plateados que me llegaba poco por debajo de mis intimidades. También añadieron unos zapatos de tacón con una cinta que se abrochaba alrededor del tobillo, blancos como la pluma. Me quedé estupefacta de mi look, mirándome en aquellos espejos bordeados por miles de bombillas amarillas. Incluso mi pálida piel había cogido color, parecía que deslumbraba. Me empujaron, animándome a salir, ya que ya estaba preparada para mi inmersión en el mundo nocturno, más allá de las actuaciones.
Aquello me abrumaba y con miedo, salí de los bastidores y me adentré en aquella sala a semi-oscura, iluminada por las miles de lamparitas de la mesa. Un camarero me ofreció una copa y la acepté con una sonrisa tímida. Suspiré para calmar los nervios y comencé a caminar entre las mesas, buscando un rostro familiar. La gente me miraba a mi paso, como si anduviera perdida. Pero entonces, un par de chicas me saludaron y me invitaron a sentarme con ellas, como si quisiera ayudar a reconfortarme.
-Siéntate querida, ven con nosotras, no andes tan perdida- me dijo posando una brazo en mi mano- Mi nombre es Olympia Murdoch y ... ¿tu nombres es …?
-Ada Swarty -dije sonriendo, dando un sorbo a mi copa.
Pero estaba tan emocionada por ser mi primera actuación, que no me dediqué a distinguir, sino a contemplar maravillada nuestro éxito. Por lo menos me sentía aliviada, porque algún fallo que cometí no fue percatado por el público. Miré de un lado a otro hasta que me topé con unos ojos azules tan intensos y marinos que casi se me corta la respiración. Era el rostro más hermoso y exótico que había visto en mi vida. Al girar su cabeza hacia un lado, pude contemplar maravillada aquel perfil perfecto romano, con la nariz recta y elegante, los labios en su justa medida gruesos y aquella actitud tosca de las anchas cejas oscuras. Me podría haber caído al suelo de la admiración, temblándome las rodillas como si fuera una chiquilla.
En seguida, me volteé con el corazón envuelto en fuego, no sabía bien por qué. Me sentía acalorada y comencé a abanicarme con la mano para que se me pasara el sofocón del momento. Una de las chicas más rezagadas se me quedó mirando y me echó una mirada de odio y asco, como si pensara que fuera una niñata tonta. Agaché la cabeza para evitar ponerme furiosa.
-Vamos chica, tenemos que cambiarnos para reunirnos con los clientes en persona, no te creas que aquí acaba el trabajo sucio-me dijo con recochineo, aquella maldita rubia tonta.
Me cogió del brazo bruscamente para hacerme mover. Me llevó dentro del camerino donde supuestamente me tenían la entrada prohibida, donde el ambiente era de locura, libertino y mareante. Comenzaron a desvestirme, aunque yo intenté resistirme, ellas eran más fuertes que yo y entre todas me dejaron desnuda y, cansada, dejé que manipularan mi cuerpo a su antojo.
Me alisaron en el pelo sin ninguna dificultad, estirándolo en unas cuantas pasadas, me desmaquillaron para pintarme de nuevo los labios de un carmín muy intenso, me rizaron las pestañas, me hicieron sombra negra alrededor de todo el ojo y me pusieron una especie de cinta con lentejuelas y demases adornos, coronado con una pluma blanca al final, por detrás de la cabeza.
Me pusieron un vestido sin forma, que caía como una especie de saco en nuestro cuerpo, lleno de flecos plateados que me llegaba poco por debajo de mis intimidades. También añadieron unos zapatos de tacón con una cinta que se abrochaba alrededor del tobillo, blancos como la pluma. Me quedé estupefacta de mi look, mirándome en aquellos espejos bordeados por miles de bombillas amarillas. Incluso mi pálida piel había cogido color, parecía que deslumbraba. Me empujaron, animándome a salir, ya que ya estaba preparada para mi inmersión en el mundo nocturno, más allá de las actuaciones.
Aquello me abrumaba y con miedo, salí de los bastidores y me adentré en aquella sala a semi-oscura, iluminada por las miles de lamparitas de la mesa. Un camarero me ofreció una copa y la acepté con una sonrisa tímida. Suspiré para calmar los nervios y comencé a caminar entre las mesas, buscando un rostro familiar. La gente me miraba a mi paso, como si anduviera perdida. Pero entonces, un par de chicas me saludaron y me invitaron a sentarme con ellas, como si quisiera ayudar a reconfortarme.
-Siéntate querida, ven con nosotras, no andes tan perdida- me dijo posando una brazo en mi mano- Mi nombre es Olympia Murdoch y ... ¿tu nombres es …?
-Ada Swarty -dije sonriendo, dando un sorbo a mi copa.
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