
Entré disimuladamente mientras la mirada de un par de caballeros no dejaban de acosarme. Me tapé hasta el cuello y entré por la puerta de atrás, ya que a los empleados no se les permitía acceder por la principal.
En las taquillas donde debía guardar mis cosas estaba justo al lado de la puerta que daba a los camerinos femeninos y, como estaba la puerta entreabierta, podía ver con facilidad el alboroto que se había formado allá dentro. Reían todas, semidesnudas caminaban o corrían de un lado a otro, entre bromas y cachetadas en las nalgas.
Suspiré y cerré la puerta de mi taquilla, dándome los últimos retoques a la colocación del vestido. Entonces, vino un hombre dando palmas y con seriedad en el rostro. Las chicas se quedaron en silencio y comenzaron a salir en fila del camerino. Yo, como otras dos novatas, nos situamos al final.
Al fin llegó el momento esperado. Me temblaban las rodillas del pánico que me producía mi “primera actuación”. Estábamos colocadas en orden de entrada, detrás del escenario, cuando la música comenzó a sonar. Era mi oportunidad de demostrar el talento que llevaba dentro.
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