martes, 27 de enero de 2009

Cotton Club: Ada Swarty

Me separé de él un poco avergonzada por mi actitud tan relajada delante de él. Me cogió de las manos y comenzó a balancear nuestros brazos. Yo me reí, se comportaba como un niño pequeño.

-Creo que estás un poco perjudicado, con respecto al alcohol-comenté entre risas.

-Tú crees- me soltó una mano, levantándome la otra y haciéndome girar sobre mi misma, al compás de la música.

Yo le seguí y divertida, hice que las vueltas fueran cada vez más rápidas, hasta que perdí el equilibrio me solté, rodando como una auténtica peonza. No se a donde me dirigí, pero se que fui a parar contra alguien. Me disculpé y me di cuenta de que se trataba de la chica rubia borde que antes me habló. Con cierto miedo, la pedí mil y una disculpas por mi imprudencia. Él se acercó más a mí mientras la otra me gritaba completamente histérica y dándome empujones.

-¡Eh, eh! Déjala en paz- dijo él poniéndose entre medias de las dos para evitar males mayores- La culpa fue mía, la solté sin querer-mintió para defenderme sin habérselo pedido.

-Esto es entre ella y yo, vete a jugar con otras.- dijo la rubia, casi escupiéndome las palabras.

Se puso justo enfrente de ella. No podía verla a penas y tuve que ponerme de puntillas. Entonces él se acercó a ella con paso serio. Tenía el corazón en un puño.

-¿Qué pasa?¿Qué siempre los segundones se compadecen y defienden entre ellos?-dijo en tono desafiante ella.

-Eso no me decías la otra noche, mientras me la chupabas-dijo serio.

Se oyó una especie de golpe seco y contundente. La cabeza de él se giró hacia un lado tras el sonido. Me quedé con la boca abierta literalmente. La sala se sumió en un silencio sepulcral. Unos hombres se levantaron de sus mesas y se dirigieron hacia nuestra dirección. El miedo comenzó a recorrerme el cuerpo, no sabía que iba a pasar.

Uno de ellos claramente se adelantó hacia los demás más apurado. Sacó una navaja y apuntó hacia él. La música se paró repentinamente. Él se metió rápidamente la mano en el bolso y desenfundó rápidamente su navaja también.

No hubo palabras. Ni siquiera tiempo para reaccionar, gritar, decir algo para que se deteniese aquella locura. El otro hombre se abalanzo, empuñando la navaja contra él. Éste se apartó, tratando de esquivarlo. Yo caí de espaladas, asustada, gateando para atrás. Dios mío nunca había pasado tanto miedo.

No me acuerdo exactamente qué fue lo que ocurrió, pero ambos fueron a parar, agarrados ambos por los hombros e intentando apuñalarse, contra la mesa. Incluso a la pelea se unieron los otros, como si no se pusieran de acuerdo entre ellos comenzaron a pegarse, borrachos perdidos. La gente comenzó a intentar salir de la sala.

Dos tiros fueron pegados al aire y me tapé los oídos con fuerza, poniéndome contra el suelo y casi a punto de llorar. Un grito masculino ahogado, continuó tras el disparo. No quise mirar pero lo hice. Y allí estaba él arrodillado en el suelo, tapándose la cara y con la mano ensangrentada. El otro hombre intentó rematarle pero otros dos hombres le neutralizaron, abalizándose contra él y cayendo al suelo.

-¡Ya basta!-gritó un hombre de unos treinta años, con la pistola al aire. Creo que era el dueño del local.

Cogió del brazo bruscamente a él y le levantó. En un momento dado, se quitó la mano de la mejilla y contemplé horrorizada que estaba en carne viva, sangrando, pudiéndosele ver casi el interior de la boca.

Me levanté con lágrimas en los ojos pero sin llorar debido al shock. Corrí hacia él para ofrecerme a mi misma como ayuda, que se apoyase en mí. Me sentía tan inútil. Le agarré del otro brazo.

-¡Qué alguien llame a un médico!-grité yo repetidas veces.

Al rato alguien contestó.

-¡En poco llegará una ambulancia!

Le ayudé a sentarse mientras yo cogía una servilleta y le taponaba la herida con ella. Podría morir desangrado. El dueño se nos acercó.

-¡Maldita seas Al!- gritó echando maldiciones.

Aunque resulte extraño e irónico, en aquel momento supe su nombre por primera vez desde que mantuve contacto directo con él.

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