
Al cabo de un rato, la chica morena volvió con un gesto duro y serio en la cara. Se volvió a quitar el abrigo y me dejó contemplar un instante su esbelta figura antes de sentarse, pues parecía estar en otro mundo y todo los hacía con suma lentitud. Me miró con aquellos ojos oscuros tan enigmáticos.
-Tu esposa está de camino en taxi, no tardará mucho en llegar- me dijo, en tono frío.
Preferí no decirla nada, pues no quería molestarla más y que me cerrara las puertas del todo. No sabía bien por qué quería algo con ella, pero tenía la extraña sensación de que estábamos los dos igual de podridos, nuestras almas guardaban secretos oscuros. Como si fuera un alma gemela con la que podría compartir más cosas que con Mae u otras chicas.
Maldita sea, necesitaba un cigarro, pero en aquellas circunstancias me olía que en cuanto me encendiera uno, tendría la mala suerte de que de seguras pasaría una enfermera y me lo arrancaría de los labios. La miré, con aquellas facciones tan duras, tan blanca, aquellos ojos azabache tristes, el contraste de su piel con su pelo negro, casi podría decir que un encanto maléfico, que incitaba al lado oscuro de la vida.
Saqué finalmente un cigarro del bolsillo interior de mi chaqueta y se lo ofrecí. Me lo cogió enseguida, desganada, como si prefiriese aceptarlo antes de que le dirigiera la palabras. La ofrecí fuego y me permitió que yo le prendiera el cigarro mientras ella lo sujetaba con su boca. Echó una bocanada con labios en o y, cruzada de brazos sosteniendo el cigarro en alto, me miró.
-Al menos que fumes tú por mí ya que no puedo yo-dije, acomodándome en aquella terrible e incómoda cama, con los brazos cruzados por detrás de la cabeza, sonriéndola pícaramente.
Me encantaba provocar a las mujeres y hacerlas pensar que era un golfo, que no quitaba que no lo fuera de verdad. Entonces, apareció Mae agitada por la puerta acompañada por una enfermera.
-Señorita, aquí no se puede fumar-dijo ásperamente la enfermera-Vaya a fuera si quiere.
-No se moleste, ya me iba-dijo ella levantándose.
No traté de impedírselo. Mae se acercó a mí, preguntándome que tal me encontraba. Le contesté que buena, ahí andaba.
-Si no estuvieras herido, te habría pegado un tortazo-dijo Mae, medio enfadada. Sabía de sobra que pronto se la pasaría.
-Anda tonta, dame un abrazo que se qué estás contenta de que siga vivo.
Abría los brazos y se me lanzó encima, riéndose, cayéndosela las lágrimas como una boba. Miré como la morena nos observaba con una mezcla de indignación y frialdad. Nos separamos y nos la quedamos mirándola a ella también, Mae con cierto recelo.
-Gracias por acompañarme y preocuparse por mí- dije guiñándola un ojo.
-Es lo menos que podía hacer, ahora debo marchar, es demasiado tarde.
Dicho esto desapareció por la puerta y Mae se volvió hacia mí, mirándome como si estuviera juzgándome, entrecerrando los ojos.
-¿Quién era esa chica?-me preguntó en tono serio.
-Nadie, estuvo en el lugar y momento inadecuados-dije mintiéndola. Se había ido sin decirme su nombre … ¡Qué lástima!
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