Nos quedamos realmente un rato tumbados, mientras el fumaba un cigarro con cara de ensimismamiento e ido, yo reposaba sobre su pecho, abrazada a él, haciéndolo circulitos alrededor de sus pezones. Suspiré aburrida y me incorporé de lado, apoyado la cabeza sobre un brazo y le miré fijamente a los ojos. Yacíamos medio vestidos sobre la cama, con las sábanas y mantas revueltas.
-¿En que piensas?- le pregunté para llamar su atención, mientras jugaba como una chiquilla con el lóbulo de su oreja.
Me miró con aquellos ojos azulados, echando el humo por la nariz. Pegó otra calada sujetando el cigarro con los dedos índices pulgar e índice y dejó caer el brazo.
-En nada …-echaba el humo mientras pronunciaba aquellas palabras.
-No me mientas, tontuelo, algo te preocupa- me puse encima de él y apoyé mi barbilla en su pecho, con los brazos cruzados debajo del mentón- Sino, no estarías así después de haber echo el amor … De lo poco que te conozco deduzco eso, no eres diferente de otros hombres con los que me he acostado en ese aspecto …
-¿Así que no soy el primero? -dijo esbozando una sonrisa y cogiéndome la nariz- Chica mala …
-No te me vayas del tema y cuéntame.
-Tengo demasiados problemas en la cabeza como para empezar a enumerarte cada uno de ellos … No quería estropear esta esporádica relación aburriéndote con mis preocupaciones.
-No solo soy una mera distracción, también soy humana … Puedes contar conmigo, no me aburrirás, además es más fácil desahogarse con un extraño que con un desconocido … Nos mostramos tal y como somos, no tienes que avergonzarte nada conmigo … No he sido precisamente un modelo de rección …
Se quedó pensando un momento mientras me sonreía mordiéndose los labios. Le gustaba los juegos. Me levanté y me quedé montada encima de él, haciéndole pucheritos. Soltó una carcajada y se lanzó a besarme mientras reía, tomándome por la cintura y apretándome contra él.
-Eres divertida, por eso me gustas …-dijo, colocándome el corto cabello por detrás de la oreja.
-¿Acaso tu mujer no te divierte?- le insinué aposta, sabiendo que le haría el mismo daño que me hizo a mí aquella sorpresa de estar casado.
- Mae es otro asunto … A veces pienso que es más un compromiso que una relación afectuosa … Es largo de explicar …- me dijo en poniéndose un poco nostálgico- La culpa fue mía, era más joven entonces … Al principio solo era un juego entre adolescentes, bueno ella no era tan adolescente, pero yo sí … Varios calentones y un descuido, se podría resumir en eso … Mae es preciosa y buena chica, pero no es precisamente una persona compatible conmigo, nuestros caracteres a veces chocan … No tuve más remedio que casarme con ella por lástima y porque ese bebé era hijo mío, no podía hacer el feo de abandonarla … Había mucha presión por parte de las dos familias … La mía por ser tradicionales y por la suya porque yo era italiano y ellos irlandeses, iban a tomar represalias contra mí por razones raciales sino echaba arena de por medio … Y la verdad, no estaba para añadirme más problemas de los que tenía ya encima.
-Pobre ragazzo …-dije besándole la frente.
-Si … ¿Y tú? ¿Qué me tienes que contar de esos otros?- me dijo, haciéndome cosquillas en los costados.
-Eso es un secreto- dije llevándome el dedo entre su boca y la mía, levantando las cejas de forma pícara.
Me lanzó contra la cama y se puso encima mía para hacerme cosquillas. Yo no para de llorar de la risa, me divertía pero a la vez no aguantaba las cosquillas prolongadas, me podía histérica y llegaban incluso a veces a dolerme.
-¡Para!¡Para!- le supliqué entre risas. -Cuéntamelo, picaruela … O no pararé hasta que te salgan agujetas.
- Esta bien, esta bien …-paró y me pude sentar en la cama, en posición india- Déjame recordar … Mmmm … Si bueno, en mi ciudad natal, más concretamente en mi barrio, nunca me vieron con buenos ojos … Digamos que abusaba demasiado inmoralmente hablando de mi belleza natural … Y los hombres sois débiles a la tentación, así que en determinadas ocasiones, explotaba mi curiosidad acerca de temas íntimos con ciertos adultos de los alrededores … Mi mayor pecado en este mundo ha sido leer demasiado sobre todo en general, que ha despertado mi curiosidad por experimentar aquello que describían en las novelas, a veces de manera muy explícita … Pero no contaba con que aquello, a veces era meterse en la boca del lobo … Y que podría hacerme daño a mi misma … He sufrido mucho por los hombres, pero me prometí a mi misma no volver a hacerlo y solo dedicarme a la diversión experimentación, especialmente de aquello que la sociedad considera poco ético a manos de una mujer … Quiero hacer una especie de revolución sexual de la mujer pero públicamente, no pienso esconderme.
-Así que una chica peligrosa … Ahora que recuerdo … Mi jefe me obliga a ir a la inauguración de un hotel que terminaron hace poco y que parece que su jefe es un pez gordo que se lo quiere acaramelar, establecer relaciones … Podrías ir, dile al tipejo que habrá en la entrada que vas de parte de Frankie Yale y te dejará pasar, va a ser una especie de cóctel, así que ve guapa, aunque creo que eso no te va acarrear demasiado trabajo.
Me besó en los labios y se levantó para volver a abrocharse la camisa, el pantalón y el cinturón. Me levanté para ayudarle a hacerse el nudo de la corbata y le miré fijamente a los ojos.
-Si eres buena chica, puedes dejar incluso de trabajar como bailarina de segunda y encontrar algo mejor, allí habrá muchos peces gordos y creo que el anfitrión es un famoso productor de cine -me dijo sonriendo.
-Eso es lo de menos, si vas tú yo estaré allí … Será divertido encontrar algún sitio donde explotar nuestras fantasías- le dije acariciándole el mentón.
martes, 27 de enero de 2009
Manhattan Hostel: Ada Swarty
Después de aquella humillante traición, casi me quitaron las ganas de seguir trabajando en aquel local. No quería volver a ver a aquel hombre jamás en mi vida. Ya había sufrido bastante con otros, no volvería a caer en la misma trampa de siempre. El cuarto andaba echo un asco, con las medias por aquí, la ropa interior para acá, la cama sin hacer, el abrigo tirado en la entrada … Pero lo que no entendía es que si no quería sufrir más, ¿por qué continuaba con aquel estado de ansiedad y tan decaída?
Allí estaba, en la silla, con el camisón aún puesto y la bata cubriéndome los hombros, con las piernas dobladas y pegadas al pecho, los pies apoyados en el desordenado tocador, con la cabeza apoyada sobre un brazo, pensando, dándole vueltas a la cabeza, amargándome, sintiéndome miserable, recordándole, odiándole, admirándole … Apreté el puño y me golpeé el muslo con el.
Me senté bien y cogí un libro de encima de la mesa. Dubliness, de Joyce. Lo cogí de nuevo y comencé a leer Araby. Cuánta razón tenía. Vivimos como niños en un mundo de ilusiones y fantasías y a medida que nos proponemos creer en algo y en nosotros mismos, siempre está la dura realidad ahí presente para hacernos abrir los ojos, de la manera más miserable posible, recordándonos lo ingenuos que somos.
Alguien llamó a la puerta y salí de aquella burbuja literaria en la que estaba envuelta. Solía sucederme cuando me ponía a leer. Dejé el libro sobre la mesa y me levanté con pocas ganas de recibir a nadie, atándome la bata con la cinta a la cintura. Quité el pestillo y abrí el cerrojo. Casi caigo muerta en el suelo del susto que recibí.
Era él. Dios mío. ¿No tenía suficiente con la tortura de la otra noche?. Se quedó a poyado en el marco de la puerta para evitar que le cerrase en las narices, viendo el gesto de desagrado que tenía.
-¿Cómo averiguó donde me encontraba?-dije en tono seco.
-Recuerda que yo también trabajo en el Cotton’s - me dijo sonriéndome.
Miré hacia el suelo para evitar mirarle a los ojos directamente. Me di la vuelta y le dejé pasar resignada, mientras recogía algunas cosas que había tiradas por el suelo y las dejé tiradas en un rincón. Cerró la puerta y se quitó el sombrero y el abrigo.
-¿Dónde puedo dejar esto?- me dijo mostrándome sus cosas.
-¿Piensas quedarte mucho tiempo?-dije irónica.
-El que necesite-contestó desafiante, dejando las cosas encima de la silla de enfrente del tocador.
Estiré las sábanas y me senté al borde de la cama. El cogió un cigarro del interior de su abrigo y me ofreció otro, el cual acepté Otra vez estaba volviendo al vicio. Maldita sea ese hombre.
-Aún no se su nombre, señorita- me dijo echando una bocanada de humo al aire.
-Usted tampoco me ha dicho nada, así que hasta que usted no se decida, no pienso ceder- dije también echando el humo y mirando hacia el techo.
-Eres cabezona, ¿eh?- me dijo acercándose a mí.
Se apoyó justo enfrente mía, quedando nariz contra nariz, mirándonos fijamente al los ojos. Solté el cigarro, dejándolo caer al suelo todavía completo y pude ver por el rabillo del ojo como él lo pisaba para apagarlo.
No me pude contener más y le mordí los labios llena de excitación. Luego el me besó, fundiendo nuestros labios. Me tumbé poco a poco en la cama mientras él se iba posando al mismo ritmo encima mía. Abría las piernas para acoger sus caderas y nos comenzamos a desnudar con ansias. Casi me arrancaba la ropa mientras yo le desabrochaba nerviosa y excitada la camisa.
Pero las ganas que nos teníamos no nos hacían esperar más. Pasó su mano por mi muslo, subiéndome el camisón y encontrando el principio de las bragas para deslizarlas entre mis piernas. Se reincorporó en la cama, poniéndose de rodillas para sacármelas completamente.
Entonces, le agarré de cinturón con una mano, para acercarle a mí y comencé a quitárselo. Él me ayudó en el proceso, guiando mis manos hasta que por fin conseguí bajarle con ciertas dificultades los pantalones, esperando más abierta que nunca a que me tomara, mientras le acariciaba el pecho esperándole.
Se inclinó para besarme otra vez y después se deslizó sus labios por mi cuello, consiguiendo que me murieras de ganas de lanzarle de espalda y montarme encima de él si no actuaba en aquel momento.
Entonces bajó las caderas y por fin, nos fusionamos y nos abrazamos excitados, mientras yo me aguantaba las ganas de gemir. Todo era tan rápido, tan fácil, tan alocado que tenía ganas de llorar de placer. Solo deseé que aquella fusión fuese eterna, pues no quería volver a dejarle escapar. Conseguiría fuese como fuese que se convirtiese en mi propiedad, me daba igual que estuviese casado, lo que contaba realmente eran momentos como aquel.
Hahnemann Hospital: Al Capone
Al cabo de un rato, la chica morena volvió con un gesto duro y serio en la cara. Se volvió a quitar el abrigo y me dejó contemplar un instante su esbelta figura antes de sentarse, pues parecía estar en otro mundo y todo los hacía con suma lentitud. Me miró con aquellos ojos oscuros tan enigmáticos.
-Tu esposa está de camino en taxi, no tardará mucho en llegar- me dijo, en tono frío.
Preferí no decirla nada, pues no quería molestarla más y que me cerrara las puertas del todo. No sabía bien por qué quería algo con ella, pero tenía la extraña sensación de que estábamos los dos igual de podridos, nuestras almas guardaban secretos oscuros. Como si fuera un alma gemela con la que podría compartir más cosas que con Mae u otras chicas.
Maldita sea, necesitaba un cigarro, pero en aquellas circunstancias me olía que en cuanto me encendiera uno, tendría la mala suerte de que de seguras pasaría una enfermera y me lo arrancaría de los labios. La miré, con aquellas facciones tan duras, tan blanca, aquellos ojos azabache tristes, el contraste de su piel con su pelo negro, casi podría decir que un encanto maléfico, que incitaba al lado oscuro de la vida.
Saqué finalmente un cigarro del bolsillo interior de mi chaqueta y se lo ofrecí. Me lo cogió enseguida, desganada, como si prefiriese aceptarlo antes de que le dirigiera la palabras. La ofrecí fuego y me permitió que yo le prendiera el cigarro mientras ella lo sujetaba con su boca. Echó una bocanada con labios en o y, cruzada de brazos sosteniendo el cigarro en alto, me miró.
-Al menos que fumes tú por mí ya que no puedo yo-dije, acomodándome en aquella terrible e incómoda cama, con los brazos cruzados por detrás de la cabeza, sonriéndola pícaramente.
Me encantaba provocar a las mujeres y hacerlas pensar que era un golfo, que no quitaba que no lo fuera de verdad. Entonces, apareció Mae agitada por la puerta acompañada por una enfermera.
-Señorita, aquí no se puede fumar-dijo ásperamente la enfermera-Vaya a fuera si quiere.
-No se moleste, ya me iba-dijo ella levantándose.
No traté de impedírselo. Mae se acercó a mí, preguntándome que tal me encontraba. Le contesté que buena, ahí andaba.
-Si no estuvieras herido, te habría pegado un tortazo-dijo Mae, medio enfadada. Sabía de sobra que pronto se la pasaría.
-Anda tonta, dame un abrazo que se qué estás contenta de que siga vivo.
Abría los brazos y se me lanzó encima, riéndose, cayéndosela las lágrimas como una boba. Miré como la morena nos observaba con una mezcla de indignación y frialdad. Nos separamos y nos la quedamos mirándola a ella también, Mae con cierto recelo.
-Gracias por acompañarme y preocuparse por mí- dije guiñándola un ojo.
-Es lo menos que podía hacer, ahora debo marchar, es demasiado tarde.
Dicho esto desapareció por la puerta y Mae se volvió hacia mí, mirándome como si estuviera juzgándome, entrecerrando los ojos.
-¿Quién era esa chica?-me preguntó en tono serio.
-Nadie, estuvo en el lugar y momento inadecuados-dije mintiéndola. Se había ido sin decirme su nombre … ¡Qué lástima!
Hahnemann Hospital: Ada Swarty
Al final, uno de los compañeros de trabajo de Al se ofreció amablemente a llevarme hasta el hospital. No me dejaron entrar nada más llegar porque tenían que hacerle puntos y sería desagradables para una dama como yo el tener que contemplar aquel tipo de situaciones.
Me senté en uno de los incómodos asientos de la sala de espera y me quité el abrigo, doblándolo sobre mi regazo y mirando a mi alrededor aburrida. ¿Qué hora sería? Pasó un rato que para mí me pareció eterno y me levanté, dejando el abrigo en el asiento. Me crucé de brazos y fui de un lado a otro completamente nerviosa, esperando el momento que llegase el doctor para darme luz verde y entrar.
Entonces, apareció por fin y ya no tuve que esperar más. Odiaba estar esperando algo, siempre me ponía de mal humor. Entré y me tuve que contener las ganas de abrazarle. No quería mostrarme demasiado preocupada o interesada él. Los hombres en seguida se volvían estúpidos solo de vernos besarles los pies.
Tenía una gasa enorme en la cara. Me senté enfrente suya y le cogí la manos para calmarle, parecía algo nervioso y dolorido, también me atrevería a decir que enfadado.
-Ey, ya pasó todo, te prometo que no volveré a darte problemas- dije, juntando sus manos.
-No te preocupes, a veces necesito un poco de acción para descargar adrenalina-me dijo como si tuviera toda la boca llena de aire.
-Te cuidado o se te saldrán los puntos … Te debió doler bastante-le dije haciendo una mueca de dolor.
-No te creas, he sufrido cosas peores -se comenzó a desabrochar la camisa apresurado para mostrarme algo. Se me encendieron las mejillas, seguro que todavía andaba borracho para hacer aquel tipo de cosas.
Me mostró su costado y me enseñó una cicatriz. La miré y a la vez le miré, aprovechando la ocasión, el torso para poder evaluarle mejor. ¡Dios mío!¡Parecía el mismo David de Miguel Ángel!.
-Esta me la hice a los catorce, cuando empecé a hacer pequeñuelas de las gordas …-se quedó mirándome y comprendió-¿Nunca viste un hombre bien entrenado?
Miré a otro lado. Seguramente me había puesto roja como un tomate. Él se rió como pudo, debido a sus situación y volvió a abrocharse la camisa, que aún estaba ensangrentada.
-Necesito que me hagas un favor-le miré impresionada.-Llama a mi mujer y avísala que me encuentro aquí, seguro que andará preocupada porque llego tarde.
En aquel momento, sentí que recibí una puñalada en el corazón y casi me atraganto con mi propia saliva. ¿Un hombre casado intentó coquetear conmigo?¡Oh Yavé!¡¿Cómo he podido fantasear con su amor, el amor de un hombre que pertenecía a otra?!
Creo que me dijo un número e intenté memorizarlo, para aquello me tuvo que repetir unas cuantas veces. Me levanté y le dije que no tardaría nada, antes de ir, sacó una billetera y me dio una monedas para la llamada. Las cogí resignadas y me cogí el abrigo para ir a un bar cercano a llamar.
No tardó en descolgar el teléfono. Una voz femenina, dulce, de claro acento irlandés, y preocupada me habló al otro lado.
-Soy Ada Swarty, su marido se encuentra ingresado en la unidad de emergencias del hospital Hahnneman, habitación …
Cotton Club: Ada Swarty
Me quedé un rato con él hasta que las cosas se calmaron. Había más gente herida aparte de Al, así que me resultaría bastante difícil poder acompañarle en la ambulancia hasta el hospital, pues necesitarían más sitio para los demás.
-No tuviste por qué hacerlo … Mira por mi culpa lo que te hicieron … Será mejor que no hables o se te saldrá la sangre por la boca- le dije, tomando otra servilleta de tela y limpiándole los labios.
Me miró con un brillo en los ojos de agradecimiento. No podía gesticular a penas, debía de estar pasando mucho dolor. Se notaba que era un tipo duro de verdad y que aquello no había sido simplemente la primera vez que salía mal parada de una situación como aquella. Aquello lo hacía aún más terriblemente atractivo a mis ojos de soñadora.
-Espera un momento aquí, debo buscar a una amiga haber si está bien- dije levantándome y acariciándole una rodilla. Asintió con la cabeza para después dirigir la mirada a su enojado jefe, que fumaba compulsivamente, dando vueltas en círculos, echando el humo por la nariz y blasfemando por lo bajo en lo que creí entender italiano.
Me fui directa a los baños, echando un vistazo a mi acreedor a medida que avanzaba para ver si Olympia estaba aún en la sala. Aquello era un tremendo caos. Muchas mujeres yacían semidesmalladas en sus asientos siendo abanicadas por allegados y los hombres discutían alterados los altercados recientes. Me pareció que vislumbré a Olympia en el pasillo que conducía directamente a los servicios. Pero no estaba sola.
Con ella estaba otras dos muchachas jóvenes y un muchacho que se parecía mucho a una de las dos muchachas. Parecía estar aguardando a que todo se calmase.
-¿Están bien?- las pregunté en tono preocupado, corriendo hacia ellas.
-Si no te preocupes querida, no nos ha pasado nada grave -dijo Olympia, chistosa, mirando a la chica que estaba con el muchacho.
-La gente no tiene vergüenza, nada más … Me resulta vergonzoso que se aprovechen de situaciones como ésta para hacer cosas indebidas-dijo la muchacha en cuestión.
-¿Y ustedes como se llaman?-pregunté con intriga.
-Lowry Sian Ligh.
-Evelyn McArthur.
-Aaron McArthur-concluyó el muchacho.
-Yo soy Ada Swarty, gusto en conocerles, aunque sea en tan terribles circunstancias como éstas …-dije apenada. Aquella noche no dejaba de llevarme por altos y bajos constantemente.
-No importa querida-dijo Lowry con extrema dulzura.
-En fin, les tengo que dejar, creo que allí vienen los enfermeros … Oly, perdona, pero tengo que acompañar a un herido-la dije, acariciándola un brazo.
-No temas, ve-me guiñó un ojo pícara. Creo que se me saltaron un poco los colores.
Corrí hacia el sitio de que me había ido antes y vi como los enfermeros ayudaba a levantarse a Al y a otros. Me acerqué a él y le dije:
-Te acompañaré hasta allí, no sé aún como iré pero iré contigo.
Pareció hacer un ademán de negativa, pero yo le paré.
-Necesito que no te pase nada malo por mi culpa, bastante ya tuviste por ahora.
-No tuviste por qué hacerlo … Mira por mi culpa lo que te hicieron … Será mejor que no hables o se te saldrá la sangre por la boca- le dije, tomando otra servilleta de tela y limpiándole los labios.
Me miró con un brillo en los ojos de agradecimiento. No podía gesticular a penas, debía de estar pasando mucho dolor. Se notaba que era un tipo duro de verdad y que aquello no había sido simplemente la primera vez que salía mal parada de una situación como aquella. Aquello lo hacía aún más terriblemente atractivo a mis ojos de soñadora.
-Espera un momento aquí, debo buscar a una amiga haber si está bien- dije levantándome y acariciándole una rodilla. Asintió con la cabeza para después dirigir la mirada a su enojado jefe, que fumaba compulsivamente, dando vueltas en círculos, echando el humo por la nariz y blasfemando por lo bajo en lo que creí entender italiano.
Me fui directa a los baños, echando un vistazo a mi acreedor a medida que avanzaba para ver si Olympia estaba aún en la sala. Aquello era un tremendo caos. Muchas mujeres yacían semidesmalladas en sus asientos siendo abanicadas por allegados y los hombres discutían alterados los altercados recientes. Me pareció que vislumbré a Olympia en el pasillo que conducía directamente a los servicios. Pero no estaba sola.
Con ella estaba otras dos muchachas jóvenes y un muchacho que se parecía mucho a una de las dos muchachas. Parecía estar aguardando a que todo se calmase.
-¿Están bien?- las pregunté en tono preocupado, corriendo hacia ellas.
-Si no te preocupes querida, no nos ha pasado nada grave -dijo Olympia, chistosa, mirando a la chica que estaba con el muchacho.
-La gente no tiene vergüenza, nada más … Me resulta vergonzoso que se aprovechen de situaciones como ésta para hacer cosas indebidas-dijo la muchacha en cuestión.
-¿Y ustedes como se llaman?-pregunté con intriga.
-Lowry Sian Ligh.
-Evelyn McArthur.
-Aaron McArthur-concluyó el muchacho.
-Yo soy Ada Swarty, gusto en conocerles, aunque sea en tan terribles circunstancias como éstas …-dije apenada. Aquella noche no dejaba de llevarme por altos y bajos constantemente.
-No importa querida-dijo Lowry con extrema dulzura.
-En fin, les tengo que dejar, creo que allí vienen los enfermeros … Oly, perdona, pero tengo que acompañar a un herido-la dije, acariciándola un brazo.
-No temas, ve-me guiñó un ojo pícara. Creo que se me saltaron un poco los colores.
Corrí hacia el sitio de que me había ido antes y vi como los enfermeros ayudaba a levantarse a Al y a otros. Me acerqué a él y le dije:
-Te acompañaré hasta allí, no sé aún como iré pero iré contigo.
Pareció hacer un ademán de negativa, pero yo le paré.
-Necesito que no te pase nada malo por mi culpa, bastante ya tuviste por ahora.
Cotton Club: Ada Swarty
Me separé de él un poco avergonzada por mi actitud tan relajada delante de él. Me cogió de las manos y comenzó a balancear nuestros brazos. Yo me reí, se comportaba como un niño pequeño.
-Creo que estás un poco perjudicado, con respecto al alcohol-comenté entre risas.
-Tú crees- me soltó una mano, levantándome la otra y haciéndome girar sobre mi misma, al compás de la música.
Yo le seguí y divertida, hice que las vueltas fueran cada vez más rápidas, hasta que perdí el equilibrio me solté, rodando como una auténtica peonza. No se a donde me dirigí, pero se que fui a parar contra alguien. Me disculpé y me di cuenta de que se trataba de la chica rubia borde que antes me habló. Con cierto miedo, la pedí mil y una disculpas por mi imprudencia. Él se acercó más a mí mientras la otra me gritaba completamente histérica y dándome empujones.
-¡Eh, eh! Déjala en paz- dijo él poniéndose entre medias de las dos para evitar males mayores- La culpa fue mía, la solté sin querer-mintió para defenderme sin habérselo pedido.
-Esto es entre ella y yo, vete a jugar con otras.- dijo la rubia, casi escupiéndome las palabras.
Se puso justo enfrente de ella. No podía verla a penas y tuve que ponerme de puntillas. Entonces él se acercó a ella con paso serio. Tenía el corazón en un puño.
-¿Qué pasa?¿Qué siempre los segundones se compadecen y defienden entre ellos?-dijo en tono desafiante ella.
-Eso no me decías la otra noche, mientras me la chupabas-dijo serio.
Se oyó una especie de golpe seco y contundente. La cabeza de él se giró hacia un lado tras el sonido. Me quedé con la boca abierta literalmente. La sala se sumió en un silencio sepulcral. Unos hombres se levantaron de sus mesas y se dirigieron hacia nuestra dirección. El miedo comenzó a recorrerme el cuerpo, no sabía que iba a pasar.
Uno de ellos claramente se adelantó hacia los demás más apurado. Sacó una navaja y apuntó hacia él. La música se paró repentinamente. Él se metió rápidamente la mano en el bolso y desenfundó rápidamente su navaja también.
No hubo palabras. Ni siquiera tiempo para reaccionar, gritar, decir algo para que se deteniese aquella locura. El otro hombre se abalanzo, empuñando la navaja contra él. Éste se apartó, tratando de esquivarlo. Yo caí de espaladas, asustada, gateando para atrás. Dios mío nunca había pasado tanto miedo.
No me acuerdo exactamente qué fue lo que ocurrió, pero ambos fueron a parar, agarrados ambos por los hombros e intentando apuñalarse, contra la mesa. Incluso a la pelea se unieron los otros, como si no se pusieran de acuerdo entre ellos comenzaron a pegarse, borrachos perdidos. La gente comenzó a intentar salir de la sala.
Dos tiros fueron pegados al aire y me tapé los oídos con fuerza, poniéndome contra el suelo y casi a punto de llorar. Un grito masculino ahogado, continuó tras el disparo. No quise mirar pero lo hice. Y allí estaba él arrodillado en el suelo, tapándose la cara y con la mano ensangrentada. El otro hombre intentó rematarle pero otros dos hombres le neutralizaron, abalizándose contra él y cayendo al suelo.
-¡Ya basta!-gritó un hombre de unos treinta años, con la pistola al aire. Creo que era el dueño del local.
Cogió del brazo bruscamente a él y le levantó. En un momento dado, se quitó la mano de la mejilla y contemplé horrorizada que estaba en carne viva, sangrando, pudiéndosele ver casi el interior de la boca.
Me levanté con lágrimas en los ojos pero sin llorar debido al shock. Corrí hacia él para ofrecerme a mi misma como ayuda, que se apoyase en mí. Me sentía tan inútil. Le agarré del otro brazo.
-¡Qué alguien llame a un médico!-grité yo repetidas veces.
Al rato alguien contestó.
-¡En poco llegará una ambulancia!
Le ayudé a sentarse mientras yo cogía una servilleta y le taponaba la herida con ella. Podría morir desangrado. El dueño se nos acercó.
-¡Maldita seas Al!- gritó echando maldiciones.
Aunque resulte extraño e irónico, en aquel momento supe su nombre por primera vez desde que mantuve contacto directo con él.
-Creo que estás un poco perjudicado, con respecto al alcohol-comenté entre risas.
-Tú crees- me soltó una mano, levantándome la otra y haciéndome girar sobre mi misma, al compás de la música.
Yo le seguí y divertida, hice que las vueltas fueran cada vez más rápidas, hasta que perdí el equilibrio me solté, rodando como una auténtica peonza. No se a donde me dirigí, pero se que fui a parar contra alguien. Me disculpé y me di cuenta de que se trataba de la chica rubia borde que antes me habló. Con cierto miedo, la pedí mil y una disculpas por mi imprudencia. Él se acercó más a mí mientras la otra me gritaba completamente histérica y dándome empujones.
-¡Eh, eh! Déjala en paz- dijo él poniéndose entre medias de las dos para evitar males mayores- La culpa fue mía, la solté sin querer-mintió para defenderme sin habérselo pedido.
-Esto es entre ella y yo, vete a jugar con otras.- dijo la rubia, casi escupiéndome las palabras.
Se puso justo enfrente de ella. No podía verla a penas y tuve que ponerme de puntillas. Entonces él se acercó a ella con paso serio. Tenía el corazón en un puño.
-¿Qué pasa?¿Qué siempre los segundones se compadecen y defienden entre ellos?-dijo en tono desafiante ella.
-Eso no me decías la otra noche, mientras me la chupabas-dijo serio.
Se oyó una especie de golpe seco y contundente. La cabeza de él se giró hacia un lado tras el sonido. Me quedé con la boca abierta literalmente. La sala se sumió en un silencio sepulcral. Unos hombres se levantaron de sus mesas y se dirigieron hacia nuestra dirección. El miedo comenzó a recorrerme el cuerpo, no sabía que iba a pasar.
Uno de ellos claramente se adelantó hacia los demás más apurado. Sacó una navaja y apuntó hacia él. La música se paró repentinamente. Él se metió rápidamente la mano en el bolso y desenfundó rápidamente su navaja también.
No hubo palabras. Ni siquiera tiempo para reaccionar, gritar, decir algo para que se deteniese aquella locura. El otro hombre se abalanzo, empuñando la navaja contra él. Éste se apartó, tratando de esquivarlo. Yo caí de espaladas, asustada, gateando para atrás. Dios mío nunca había pasado tanto miedo.
No me acuerdo exactamente qué fue lo que ocurrió, pero ambos fueron a parar, agarrados ambos por los hombros e intentando apuñalarse, contra la mesa. Incluso a la pelea se unieron los otros, como si no se pusieran de acuerdo entre ellos comenzaron a pegarse, borrachos perdidos. La gente comenzó a intentar salir de la sala.
Dos tiros fueron pegados al aire y me tapé los oídos con fuerza, poniéndome contra el suelo y casi a punto de llorar. Un grito masculino ahogado, continuó tras el disparo. No quise mirar pero lo hice. Y allí estaba él arrodillado en el suelo, tapándose la cara y con la mano ensangrentada. El otro hombre intentó rematarle pero otros dos hombres le neutralizaron, abalizándose contra él y cayendo al suelo.
-¡Ya basta!-gritó un hombre de unos treinta años, con la pistola al aire. Creo que era el dueño del local.
Cogió del brazo bruscamente a él y le levantó. En un momento dado, se quitó la mano de la mejilla y contemplé horrorizada que estaba en carne viva, sangrando, pudiéndosele ver casi el interior de la boca.
Me levanté con lágrimas en los ojos pero sin llorar debido al shock. Corrí hacia él para ofrecerme a mi misma como ayuda, que se apoyase en mí. Me sentía tan inútil. Le agarré del otro brazo.
-¡Qué alguien llame a un médico!-grité yo repetidas veces.
Al rato alguien contestó.
-¡En poco llegará una ambulancia!
Le ayudé a sentarse mientras yo cogía una servilleta y le taponaba la herida con ella. Podría morir desangrado. El dueño se nos acercó.
-¡Maldita seas Al!- gritó echando maldiciones.
Aunque resulte extraño e irónico, en aquel momento supe su nombre por primera vez desde que mantuve contacto directo con él.
Cotton Club: Ada Swarty
Olympia resultó ser muy agradable conmigo y me llenó de alegría el poder comprobar que todavía quedaban personas que merecían la pena y por fin, encontré mi primer apoyo femenino en la ciudad. La sonreí y ambas desviamos nuestras miradas hacia la sala.
Miré vagamente a mi alrededor y entonces me volvía topar con él. Oh mío!, comencé a notar como el corazón se me quería salir del pecho. Entonces, las demás chicas comenzaron a salir y se acercaron hacia donde él estaba con otros hombres.
Me dio una punzada al corazón cuando ví a dos de ellas acercándose a muchacho atractivo. Agarré con disimulo el mantel de la mesa. Olympia me tocó el hombro preocupada.
-¿Te encuentras bien?-me preguntó. La miré y la sonreía para tranquilizarla. La acaricié una mano en señal de afecto y agradecimiento por su preocupación.
-No es nada … Gracias por preocuparte.
-No hay de qué-me guiñó un ojo e hizo repentinamente un gesto como si se acabara de dar cuenta de algo que me resultó gracioso- Si me disculpas, tengo que ir al baño un momento, cosas de mujeres, ya me entiendes.
La guiñé un ojo asintiendo y se marchó dando saltitos. Me sonreí a mi misma. Por fin una amiga, solo esperaba volver a encontrármela muy pronto.
Miré de nuevo hacia él y puede ver como se divertía. No pude contenerme más y me levanté de la mesa, con mi copa en la mano. Di un gran trago como para darme fuerzas y me acerqué con paso acelerado. Me puse más tranquila al pasar por delante de aquella mesa y jugueteé con mi vaso vacío antes de pasar por la mesa para que me pudiera ver, con la falsa esperanza de que reaccionase ante mi presencia.
Un camarero se me acercó y me ofreció bebida, al cual rechacé con gesto amable y tímido. Cuando me quise dar cuenta, aquellos ojos se clavaron en dirección hacia mí. No me lo podía creer, y bajé la mirada avergonzada, diría que incluso abrumada.
Volví a mirarle y me di cuenta que cuando le miré, esbozó una preciosa sonrisa, blanca y perfecta. Yo también sonreír, mirando hacia el suelo y jugueteando con el tacón de mi zapato. Me paseé sonriente, sin atreverme a dirigirle una mirada de nuevo. A lo mejor me estaba haciendo ilusiones demasiado pronto.
Alguien se posó detrás mía y me puso un copa llena justo delante de mis narices. Casi me quedo paralizada del susto.
-¿A la señorita no le apetece otra copa?- me preguntó una melódica voz masculina, con claro acento italiano.
Me volteé lentamente y me encontré con él y con aquel par de ojos azules. Me estaba sonriendo, y era a mí.
-Ya tuve bastante, gracias-dije con timidez aunque sin poder quitar la vista de sus ojos.
-Oh vamos! La noche es joven, como nosotros, disfrutemos de los placeres que la vida nos brinda- dicho esto, me cogió el vaso vacío, rozando la piel de mi mano, y juro por Dios que en ese momento sentí caerme al suelo de rodillas. Me ofreció el otro y con cierto nerviosismo, lo acepté evitando tocar sus dedos.
-Pareces nerviosa,¿qué te pasa, bella?-me dijo, dejando el vaso en una mesa cualquiera, mirándome fijamente a los ojos.
No respondí porque no me dio tiempo. Me agarró de forma vivaz la cintura y casi derramo por completo mi copa y comenzó moverse conmigo, bailando al sol de la música de manera alegre y graciosamente. Comencé reírme pues no sabía que más podía hacer en ese momento que dejarme llevar y reír hasta que no pudiera más.
-Qué, ¿mejor?-me dijo con ese brillo en los ojos.
-Sí …-y casi tuve la tentación de apoyar mi cabeza en su pecho.
Cotton Club: Al Capone
Aplaudimos rabiosos como buenos italianos que éramos, pues no porque el espectáculo fuera maravilloso en sí, sino porque las chicas estaban de muerte. Ya íbamos por el tercer trago y creí el momento oportuno de establecer los contactos pertinentes para centrarnos en lo nuestro.
-Bien- dije frotándome las manos animosamente- Creo que es hora de que vayamos a lo nuestro … ¿Se divirtió mucho Torrio? - le dije guiñándole un ojo.
-Oh, de maravilla, me encantaría conocer a esas muchachitas luego … -Oh! Ningún problema, yo me encargo de eso- Yale hizo un gesto con la mano y un camarero vino enseguida. Le susurro algo bastante apurado y le ordenó marcharse inmediatamente entre gestos de indiferencia y amenazantes- Todo listo, tendrá su regalito después, ahora …
Me indicó que comenzase. Tomé apurado mi trago de martín y comencé a hablar en italiano, para que los de alrededor no se enterasen, cada uno con nuestro marcado acento provincial para más complicaciones.
-Colosimo abrió hace bien poco un café, es local que va prosperando y un lugar clave para el atentado. La policía ignorará nuestras verdaderas intenciones si marcamos con la sangre del propietario, un mafioso que quieren quitarse del medio. Pensara solo en una simple guerra de bandas por la adquisición de un mero local que aporta beneficios …
-¿Te has asegurado de que esas conjeturas sean ciertas?-me preguntó Torri encendiéndose un puro.
-Desde que nos pediste que investigásemos los movimientos de Big Jim, allá por principios del año pasado, le tenemos bien controlado … Me cuesta creer que siendo su propio sobrino no te encargues tu de este asunto … Pero como esto me beneficia a mi también, vamos a medias, no me importa tener que pringar …-dijo Yale, midiendo sus palabras.
-Sabes de sobra la relación que tengo entre mi tío y yo … Las cosas andan distantes desde aquello y él sabrá lo que hace … Se cree que todavía tengo mucho que aprender de él, pobrecillo … No sabe que firmó su sentencia de muerte cuando rechazó mi propuesta de ir a medias con esto del contrabando de licores … Recuperaré parte de lo que es mío.
-Concertamos una cita dentro de una semana allí contigo, como excusa para reconciliar viejas redecillas … Nos costó bastante entrarle, pero bueno, parece que al final le convencimos … Pero llámale en cuanto puedas para concretar la hora, creo que se fiaría más de tus propias palabras que de meros secuaces-añadí, echándome hacia atrás con las manos detrás de la cabeza y mirando de un lado a otro.
-¡Mira, aquí vienen las bambini!-soltó Torri, aflojando la camisa y quitándose la chaqueta.
Una de las chicas se sentó sobre sus rodillas y le quitó el gorro para ponérselo encima de su cabeza. Torri le ofreció una bocanada de puro y esta aceptó, después esparciéndoselo en la cara con suma picardía. Algunas chicas también se animaron, sabiendo la suculenta recompensa que las esperaba.
Yo también hice lo mío y me relajé en mi asiento, extendiendo los brazos cuando Yale se levantó a bailar con una muchacha morena mientras éste aprovechaba cualquier ocasión para meterla mano, agarrándole el culo y se reían ambos.
Unas chicas que se me acercaron como moscas y comenzaron a coquetear conmigo, desabrochándome un poco la camisa para acariciar mi pecho, sentada al lado, mientras otra, sentada en mi regazo me ofrecía un poco más de beber.
-Bien- dije frotándome las manos animosamente- Creo que es hora de que vayamos a lo nuestro … ¿Se divirtió mucho Torrio? - le dije guiñándole un ojo.
-Oh, de maravilla, me encantaría conocer a esas muchachitas luego … -Oh! Ningún problema, yo me encargo de eso- Yale hizo un gesto con la mano y un camarero vino enseguida. Le susurro algo bastante apurado y le ordenó marcharse inmediatamente entre gestos de indiferencia y amenazantes- Todo listo, tendrá su regalito después, ahora …
Me indicó que comenzase. Tomé apurado mi trago de martín y comencé a hablar en italiano, para que los de alrededor no se enterasen, cada uno con nuestro marcado acento provincial para más complicaciones.
-Colosimo abrió hace bien poco un café, es local que va prosperando y un lugar clave para el atentado. La policía ignorará nuestras verdaderas intenciones si marcamos con la sangre del propietario, un mafioso que quieren quitarse del medio. Pensara solo en una simple guerra de bandas por la adquisición de un mero local que aporta beneficios …
-¿Te has asegurado de que esas conjeturas sean ciertas?-me preguntó Torri encendiéndose un puro.
-Desde que nos pediste que investigásemos los movimientos de Big Jim, allá por principios del año pasado, le tenemos bien controlado … Me cuesta creer que siendo su propio sobrino no te encargues tu de este asunto … Pero como esto me beneficia a mi también, vamos a medias, no me importa tener que pringar …-dijo Yale, midiendo sus palabras.
-Sabes de sobra la relación que tengo entre mi tío y yo … Las cosas andan distantes desde aquello y él sabrá lo que hace … Se cree que todavía tengo mucho que aprender de él, pobrecillo … No sabe que firmó su sentencia de muerte cuando rechazó mi propuesta de ir a medias con esto del contrabando de licores … Recuperaré parte de lo que es mío.
-Concertamos una cita dentro de una semana allí contigo, como excusa para reconciliar viejas redecillas … Nos costó bastante entrarle, pero bueno, parece que al final le convencimos … Pero llámale en cuanto puedas para concretar la hora, creo que se fiaría más de tus propias palabras que de meros secuaces-añadí, echándome hacia atrás con las manos detrás de la cabeza y mirando de un lado a otro.
-¡Mira, aquí vienen las bambini!-soltó Torri, aflojando la camisa y quitándose la chaqueta.
Una de las chicas se sentó sobre sus rodillas y le quitó el gorro para ponérselo encima de su cabeza. Torri le ofreció una bocanada de puro y esta aceptó, después esparciéndoselo en la cara con suma picardía. Algunas chicas también se animaron, sabiendo la suculenta recompensa que las esperaba.
Yo también hice lo mío y me relajé en mi asiento, extendiendo los brazos cuando Yale se levantó a bailar con una muchacha morena mientras éste aprovechaba cualquier ocasión para meterla mano, agarrándole el culo y se reían ambos.
Unas chicas que se me acercaron como moscas y comenzaron a coquetear conmigo, desabrochándome un poco la camisa para acariciar mi pecho, sentada al lado, mientras otra, sentada en mi regazo me ofrecía un poco más de beber.
domingo, 25 de enero de 2009
Cotton Club: Ada Swarty
Justo terminamos el espectáculo, salimos corriendo del escenario para dejar paso a otra actuación. Me quedé rezagada mientras las otras corrían de nuevo a los camerinos para cambiarse para la siguiente actuación. Me situé detrás de la cortina que separaba del escenario a los bastidores. Tenía curiosidad por ver como el público aplaudía y el grado de satisfacción que se reflejaba en esos aplausos.
Pero estaba tan emocionada por ser mi primera actuación, que no me dediqué a distinguir, sino a contemplar maravillada nuestro éxito. Por lo menos me sentía aliviada, porque algún fallo que cometí no fue percatado por el público. Miré de un lado a otro hasta que me topé con unos ojos azules tan intensos y marinos que casi se me corta la respiración. Era el rostro más hermoso y exótico que había visto en mi vida. Al girar su cabeza hacia un lado, pude contemplar maravillada aquel perfil perfecto romano, con la nariz recta y elegante, los labios en su justa medida gruesos y aquella actitud tosca de las anchas cejas oscuras. Me podría haber caído al suelo de la admiración, temblándome las rodillas como si fuera una chiquilla.
En seguida, me volteé con el corazón envuelto en fuego, no sabía bien por qué. Me sentía acalorada y comencé a abanicarme con la mano para que se me pasara el sofocón del momento. Una de las chicas más rezagadas se me quedó mirando y me echó una mirada de odio y asco, como si pensara que fuera una niñata tonta. Agaché la cabeza para evitar ponerme furiosa.
-Vamos chica, tenemos que cambiarnos para reunirnos con los clientes en persona, no te creas que aquí acaba el trabajo sucio-me dijo con recochineo, aquella maldita rubia tonta.
Me cogió del brazo bruscamente para hacerme mover. Me llevó dentro del camerino donde supuestamente me tenían la entrada prohibida, donde el ambiente era de locura, libertino y mareante. Comenzaron a desvestirme, aunque yo intenté resistirme, ellas eran más fuertes que yo y entre todas me dejaron desnuda y, cansada, dejé que manipularan mi cuerpo a su antojo.
Me alisaron en el pelo sin ninguna dificultad, estirándolo en unas cuantas pasadas, me desmaquillaron para pintarme de nuevo los labios de un carmín muy intenso, me rizaron las pestañas, me hicieron sombra negra alrededor de todo el ojo y me pusieron una especie de cinta con lentejuelas y demases adornos, coronado con una pluma blanca al final, por detrás de la cabeza.
Me pusieron un vestido sin forma, que caía como una especie de saco en nuestro cuerpo, lleno de flecos plateados que me llegaba poco por debajo de mis intimidades. También añadieron unos zapatos de tacón con una cinta que se abrochaba alrededor del tobillo, blancos como la pluma. Me quedé estupefacta de mi look, mirándome en aquellos espejos bordeados por miles de bombillas amarillas. Incluso mi pálida piel había cogido color, parecía que deslumbraba. Me empujaron, animándome a salir, ya que ya estaba preparada para mi inmersión en el mundo nocturno, más allá de las actuaciones.
Aquello me abrumaba y con miedo, salí de los bastidores y me adentré en aquella sala a semi-oscura, iluminada por las miles de lamparitas de la mesa. Un camarero me ofreció una copa y la acepté con una sonrisa tímida. Suspiré para calmar los nervios y comencé a caminar entre las mesas, buscando un rostro familiar. La gente me miraba a mi paso, como si anduviera perdida. Pero entonces, un par de chicas me saludaron y me invitaron a sentarme con ellas, como si quisiera ayudar a reconfortarme.
-Siéntate querida, ven con nosotras, no andes tan perdida- me dijo posando una brazo en mi mano- Mi nombre es Olympia Murdoch y ... ¿tu nombres es …?
-Ada Swarty -dije sonriendo, dando un sorbo a mi copa.
Pero estaba tan emocionada por ser mi primera actuación, que no me dediqué a distinguir, sino a contemplar maravillada nuestro éxito. Por lo menos me sentía aliviada, porque algún fallo que cometí no fue percatado por el público. Miré de un lado a otro hasta que me topé con unos ojos azules tan intensos y marinos que casi se me corta la respiración. Era el rostro más hermoso y exótico que había visto en mi vida. Al girar su cabeza hacia un lado, pude contemplar maravillada aquel perfil perfecto romano, con la nariz recta y elegante, los labios en su justa medida gruesos y aquella actitud tosca de las anchas cejas oscuras. Me podría haber caído al suelo de la admiración, temblándome las rodillas como si fuera una chiquilla.
En seguida, me volteé con el corazón envuelto en fuego, no sabía bien por qué. Me sentía acalorada y comencé a abanicarme con la mano para que se me pasara el sofocón del momento. Una de las chicas más rezagadas se me quedó mirando y me echó una mirada de odio y asco, como si pensara que fuera una niñata tonta. Agaché la cabeza para evitar ponerme furiosa.
-Vamos chica, tenemos que cambiarnos para reunirnos con los clientes en persona, no te creas que aquí acaba el trabajo sucio-me dijo con recochineo, aquella maldita rubia tonta.
Me cogió del brazo bruscamente para hacerme mover. Me llevó dentro del camerino donde supuestamente me tenían la entrada prohibida, donde el ambiente era de locura, libertino y mareante. Comenzaron a desvestirme, aunque yo intenté resistirme, ellas eran más fuertes que yo y entre todas me dejaron desnuda y, cansada, dejé que manipularan mi cuerpo a su antojo.
Me alisaron en el pelo sin ninguna dificultad, estirándolo en unas cuantas pasadas, me desmaquillaron para pintarme de nuevo los labios de un carmín muy intenso, me rizaron las pestañas, me hicieron sombra negra alrededor de todo el ojo y me pusieron una especie de cinta con lentejuelas y demases adornos, coronado con una pluma blanca al final, por detrás de la cabeza.
Me pusieron un vestido sin forma, que caía como una especie de saco en nuestro cuerpo, lleno de flecos plateados que me llegaba poco por debajo de mis intimidades. También añadieron unos zapatos de tacón con una cinta que se abrochaba alrededor del tobillo, blancos como la pluma. Me quedé estupefacta de mi look, mirándome en aquellos espejos bordeados por miles de bombillas amarillas. Incluso mi pálida piel había cogido color, parecía que deslumbraba. Me empujaron, animándome a salir, ya que ya estaba preparada para mi inmersión en el mundo nocturno, más allá de las actuaciones.
Aquello me abrumaba y con miedo, salí de los bastidores y me adentré en aquella sala a semi-oscura, iluminada por las miles de lamparitas de la mesa. Un camarero me ofreció una copa y la acepté con una sonrisa tímida. Suspiré para calmar los nervios y comencé a caminar entre las mesas, buscando un rostro familiar. La gente me miraba a mi paso, como si anduviera perdida. Pero entonces, un par de chicas me saludaron y me invitaron a sentarme con ellas, como si quisiera ayudar a reconfortarme.
-Siéntate querida, ven con nosotras, no andes tan perdida- me dijo posando una brazo en mi mano- Mi nombre es Olympia Murdoch y ... ¿tu nombres es …?
-Ada Swarty -dije sonriendo, dando un sorbo a mi copa.
Cotton Club: Al Capone
Llegué y aparqué en el coche justo por la puerta trasera, en caso de que las cosas salieran mal y entraran en el local por la puerta principal dispuestos a agujerearnos el trasero. En un coche negro, se encontraba Yale esperando a que llegase. Abrí la puerta del coche y entré un momento para recibir instrucciones.
-Por fin llegaste … Si quieres ascender, deberás ser más puntual …
-Lo siento Frankie, pero ya sabes, siempre la familia …
-Pues ten cuidado, o tendrás que comenzar a preocuparte de la seguridad de tu familia, ¿entendiste? Asentí con la cabeza y el me di unas palmaditas en los mofletes.
-Bien, así me gusta, muchacho, haber si aprendes de tus errores, sería una lástima que echara a perder tu talento … En fin, centrémonos en lo nuestro. ¿Te aseguraste de hablar esta tarde con Torrio?
-Si señor, no va a faltar a la cita de esta noche … Solo le hago una sugerencia, que procure que el señor Torrio se divierta un poco antes de firmar ningún acuerdo, pues de esa manera se podrá conseguir más fácilmente su confianza … Debemos ser cautelosos con este tema …
-Si, tienes razón, es un asunto serio y donde hay mucho dinero en juego … Además, deberemos disimular nuestros intereses, ya que nunca te puedes fiar de si hay algún policía infiltrado o alguno de fiesta con el ojo avizor …-me cogió del hombro- Anda, sal y echa un vistazo para ver si todo esta despejado, no quiero que esos bastardos de Big Jim estén por aquí rondando, sospechando de una posible conspiración con ese hijo de su madre y su imperio de licores.
Salí del coche con suma tranquilidad y miré a mi alrededor disimuladamente, sin mover la cabeza de un lado a otro. Por detrás de mi espalda, hice un gesto con la mano y Yale salió del coche, colocándose las solapas de su abrigo. Entramos en el local.
En la sala de espectáculos no esperaba Torri con dos de sus secuaces. Pero en caso de desacuerdo, había colegas nuestros repartidos por toda la sala. Nos sentamos y nos saludamos cortésmente, ya habría tiempo después para mayores celebraciones y exaltamientos de la amistad. Un camarero nos sirvió unas bebidas y aperitivos para sentirnos más cómodos.
Sin previo aviso, un espectáculo comenzó y no tuvimos tiempo de profundizar en temas mayores. Sabíamos que debíamos dejar que las cosas fluyesen y fuera lo más amenas posibles para Torri. El espectáculo de las chicas no nos vendría mal para animarle, pues no había otra cosa en el mundo que más le fascinase que una bellas mujeres bailando.
-Por fin llegaste … Si quieres ascender, deberás ser más puntual …
-Lo siento Frankie, pero ya sabes, siempre la familia …
-Pues ten cuidado, o tendrás que comenzar a preocuparte de la seguridad de tu familia, ¿entendiste? Asentí con la cabeza y el me di unas palmaditas en los mofletes.
-Bien, así me gusta, muchacho, haber si aprendes de tus errores, sería una lástima que echara a perder tu talento … En fin, centrémonos en lo nuestro. ¿Te aseguraste de hablar esta tarde con Torrio?
-Si señor, no va a faltar a la cita de esta noche … Solo le hago una sugerencia, que procure que el señor Torrio se divierta un poco antes de firmar ningún acuerdo, pues de esa manera se podrá conseguir más fácilmente su confianza … Debemos ser cautelosos con este tema …
-Si, tienes razón, es un asunto serio y donde hay mucho dinero en juego … Además, deberemos disimular nuestros intereses, ya que nunca te puedes fiar de si hay algún policía infiltrado o alguno de fiesta con el ojo avizor …-me cogió del hombro- Anda, sal y echa un vistazo para ver si todo esta despejado, no quiero que esos bastardos de Big Jim estén por aquí rondando, sospechando de una posible conspiración con ese hijo de su madre y su imperio de licores.
Salí del coche con suma tranquilidad y miré a mi alrededor disimuladamente, sin mover la cabeza de un lado a otro. Por detrás de mi espalda, hice un gesto con la mano y Yale salió del coche, colocándose las solapas de su abrigo. Entramos en el local.
En la sala de espectáculos no esperaba Torri con dos de sus secuaces. Pero en caso de desacuerdo, había colegas nuestros repartidos por toda la sala. Nos sentamos y nos saludamos cortésmente, ya habría tiempo después para mayores celebraciones y exaltamientos de la amistad. Un camarero nos sirvió unas bebidas y aperitivos para sentirnos más cómodos.
Sin previo aviso, un espectáculo comenzó y no tuvimos tiempo de profundizar en temas mayores. Sabíamos que debíamos dejar que las cosas fluyesen y fuera lo más amenas posibles para Torri. El espectáculo de las chicas no nos vendría mal para animarle, pues no había otra cosa en el mundo que más le fascinase que una bellas mujeres bailando.
Residencia Capone: Al Capone
Me encontraba en la habitación de Sonny, teniéndole en mis brazos antes de partir de nuevo al trabajo, donde me esperaba Frankie, en su local, donde pensaba reunirse para zanjar una serie de negocios que tenía pendientes.
Sonny era de las pocas cosas en ese momento que me hacían sonreír, antes de acostarle, jugaba siempre un rato con él. Le lanzaba al aire y le hacía pedorretas en la barriguita, su risa era una dulce melodía para mis oídos y solo esperaba que con el tiempo, su inocencia no se trasformase en algo peor, como lo que yo mismo me estaba convirtiendo.
Entonces, apareció Mae apoyada en la puerta, observándonos risueña. Se acercó a mí y me besó en las labios. Le entregué a Sonny para que le acostase. Ellos eran las personas más importantes de mi vida en aquellos momentos.
Apoyé una mano sobre el hombro de Mae y esta me ofreció una mirada de complicidad y una dulce sonrisa en sus labios. Si supiera la clase de hombre en el que me estaba convirtiendo, no me miraría con los mismos ojos.
-Esta noche tengo que trabajar querida … No me esperes despierta, tienes que descansar-la dije, acariciándola la mejilla.
-¿Por qué, Al? Ese trabajo nuevo te está quitando tiempo de estar con tu familia, debería hablar con tu jefe, tal vez …
-No, mejor será que no te metas, además si quiero conseguir poco a poco una mejor posición, tengo que acaparar órdenes … Cuando sea yo el que mande, las cosas cambiaran. -Pero mientras tanto, te estás perdiendo a tu hijo …
-No te preocupes, eso nunca ocurrirá … Ahora debo marchar, se me está haciendo demasiado tarde.
La besé en la frente y me fui lo más rápido que pude. Me molestaba especialmente este tipo de situaciones, pero no tenía más remedio que luchar por lo que había conseguido y seguir dándoles aquella calidad de vida a la que les había acostumbrado. No podía rendirme ahora que tenía tan cerca mi objetivo final.
Dicho esto, cogí mi coche y puse rumbo a The Cotton Club. La noche sería especialmente larga si las cosas no marchaban tal y como esperábamos. La gente en negocios así no podías fiarte completamente.
Cotton Club: Ada Swarty
Me quedé completamente impresionada al llegar a las puertas del local. Toda aquella iluminación roja :The Cotton Club. Me quedé realmente sorprendida, pues en mi ciudad natal no estaba acostumbrada a aquel tipo de iluminación imponente. Solo había ido a las audiciones por el día y el aspecto era bastante diferente en aquel ambiente nocturno.
Entré disimuladamente mientras la mirada de un par de caballeros no dejaban de acosarme. Me tapé hasta el cuello y entré por la puerta de atrás, ya que a los empleados no se les permitía acceder por la principal.
En las taquillas donde debía guardar mis cosas estaba justo al lado de la puerta que daba a los camerinos femeninos y, como estaba la puerta entreabierta, podía ver con facilidad el alboroto que se había formado allá dentro. Reían todas, semidesnudas caminaban o corrían de un lado a otro, entre bromas y cachetadas en las nalgas.
Suspiré y cerré la puerta de mi taquilla, dándome los últimos retoques a la colocación del vestido. Entonces, vino un hombre dando palmas y con seriedad en el rostro. Las chicas se quedaron en silencio y comenzaron a salir en fila del camerino. Yo, como otras dos novatas, nos situamos al final.
Al fin llegó el momento esperado. Me temblaban las rodillas del pánico que me producía mi “primera actuación”. Estábamos colocadas en orden de entrada, detrás del escenario, cuando la música comenzó a sonar. Era mi oportunidad de demostrar el talento que llevaba dentro.
Manhattan Hostel: Ada Swarty
Estaba tan nerviosa. Allí me encontraba yo, aquel horrible y húmedo cuarto, preparándome antes de ir, ya que al ser nuevo, todavía estaba en pruebas y no me permitían compartir el camerino con las otras chicas, que a veces me miraban por encima del hombro, como si fuese poca cosa.
Delante del tocador, repasaba mis labios, me quitaba los rulos del pelo, ya que debíamos llevar para aquella noche el pelo ondulado, y por naturaleza, el mío era bastante lacio. No había quedado tan bien como creía, pensé para mis adentros. Llevaba todo el día con ellos puestos, evitando salir a la calle para no sentirme ridícula, tanto esfuerzo para solo unos minutos de actuación, que a penas me valían para pagarme el alquiler de la habitación.
Miré el reloj … !Dios mío ya se me estaba haciendo tardísimo! Guardé las cosas apresudarísima, metiendo los cosméticos en el cajón de una sola pasada de mi brazo. Cogí mi abrigo y me puse los zapatos entre saltos mientras caminaba hacia la puerta.
La abrí … ¡Las llaves! Me volví inmediatamente a coger mi bolso y salí corriendo … Aún no me acostumbraba a los tacones altos y tan finos, pero no tenía más remedio que acostumbrarme sino quería perder mi primer empleo.
Rehusé a llamar un taxi y corrí por las calles, no podía permitirme aquel tipo de lujos. Aunque sabía que llegaría sudorosa y cansada, fui precavida y me llevé un pequeño frasco de perfume barato para disimilar el posible olor a sudor.
Ya estaba llegando …
Delante del tocador, repasaba mis labios, me quitaba los rulos del pelo, ya que debíamos llevar para aquella noche el pelo ondulado, y por naturaleza, el mío era bastante lacio. No había quedado tan bien como creía, pensé para mis adentros. Llevaba todo el día con ellos puestos, evitando salir a la calle para no sentirme ridícula, tanto esfuerzo para solo unos minutos de actuación, que a penas me valían para pagarme el alquiler de la habitación.
Miré el reloj … !Dios mío ya se me estaba haciendo tardísimo! Guardé las cosas apresudarísima, metiendo los cosméticos en el cajón de una sola pasada de mi brazo. Cogí mi abrigo y me puse los zapatos entre saltos mientras caminaba hacia la puerta.
La abrí … ¡Las llaves! Me volví inmediatamente a coger mi bolso y salí corriendo … Aún no me acostumbraba a los tacones altos y tan finos, pero no tenía más remedio que acostumbrarme sino quería perder mi primer empleo.
Rehusé a llamar un taxi y corrí por las calles, no podía permitirme aquel tipo de lujos. Aunque sabía que llegaría sudorosa y cansada, fui precavida y me llevé un pequeño frasco de perfume barato para disimilar el posible olor a sudor.
Ya estaba llegando …
Presentación
Nací un 3 de junio de 1902, en Louisville, Kentucky. Mi padre era hijo de unos inmigrantes austriacos judíos y mi madre también pertenecía a una familia judía pero de origen alemán.
Desde que puedo recordar, a veces pareciéndome casi un sueño, escuchaba las melodías que mi madre tocaba al piano, desde el “Para Elizabeth” de Beethoven, pasando por Chopin, melodías románticas, a las más desgarradoras notas. Aquel fue el primer contacto con el arte y el inicio de mi romance con cualquier manifestación artística. Mi madre, antes de casarse, era una concertista de éxito que tuvo que dejarlo todo para centrarse en su papel como madre.
Mi padre trabajaba en una fábrica cercana, pero también era un hombre que amaba el arte, especialmente la literatura, y en la casa, antes del incidente, poseíamos una gran biblioteca con muchos libros, algunos de los cuales aún conservo. Él fue el gran culpable de esta gran pasión mía por los libros: Dickens, Thackeray, Carlye, Darwin, Emerson, Twain, pero sin duda mi favorito era Goethe. Cada libro que caía en mis manos era devorado con gran ferocidad; incluso creo que antes de llegar a hablar aprendí a leer.
En el barrio era muy conocida por el vocabulario tan extravagante que a veces empleaba, demasiado complejo para alguien de mi edad y era capaz de hacer críticas feroces sobre todo aquello que me disgustaba, no tenía pelos en la lengua y sinceramente me importaba poco herir sensibilidades ajenas, pues como todo el mundo me odiaba a mí, yo les odiaba a ellos también.
Mi padre es uno de los hombres que más admiro en este mundo y el único que quizás me llegó a comprender, porque en parte el contribuyó a crear lo que soy hoy en día, aparte de otras experiencias de la vida. Soy su pequeña obra, lo que siempre quiso en convertirme y que no consiguió con mi hermana menor.
Era un hombre algo frustrado, pues su sueño siempre fue ser actor de teatro. De ahí también mi gran pasión por el mundo de la interpretación. De pequeña jugaba conmigo, sobretodo los sábados, día festivo para los judíos, a disfrazarnos y hacernos representar a mi hermana y a mí, pequeñas obrillas de teatro infantil. Cuando ya fui más mayor, continué con aquella tradición. Mi padre era el encargado de hacerme publicidad entre nuestra comunidad y yo preparaba obrillas, bailes y canciones mientras me acompañaba mi madre al piano.
Era un hombre algo frustrado, pues su sueño siempre fue ser actor de teatro. De ahí también mi gran pasión por el mundo de la interpretación. De pequeña jugaba conmigo, sobretodo los sábados, día festivo para los judíos, a disfrazarnos y hacernos representar a mi hermana y a mí, pequeñas obrillas de teatro infantil. Cuando ya fui más mayor, continué con aquella tradición. Mi padre era el encargado de hacerme publicidad entre nuestra comunidad y yo preparaba obrillas, bailes y canciones mientras me acompañaba mi madre al piano.
Pero con mi madre nunca nada fue todo de color de rosa. Esperaba que se me quitarán los pájaros que tenía en la cabeza respecto a la idea del mundo de la interpretación, artístico en general y que me dedicara a cosas mejor vistas como ser escritora o formar una familia. Aunque ella fomentaba entre nosotras la lectura, siempre miraba con malos ojos las lecturas para adultos que hacía. Me acuerdo perfectamente de coger libros a escondidas y llevarlos a mi habitación, esconderlos bajo la cama y por la noche leerlos con lámpara con luz tenue alumbrándome mientras tragabas letras y palabras como si fueran alimento para mi cerebro bajo las sábanas.
En cuanto a mi hermana, mantuve una relación neutral pues no coincidíamos en la mayoría de las cosas y evitaba posible confrontaciones porque ya tenía bastantes problemas con mi madre. Era una chica de los más común, no destacaba especialmente en nada pero a la vez tenía unos mínimos conocimientos de todo. Lo único que admiraba de ella era su capacidad de comprensión, pues siempre que me encontraba mal, no hacía falta decirla nada ni explicarle nada, me cogía, me abrazaba y dejaba que llorase sobre su hombro … No necesitaba explicaciones, no eran necesarias, solo quería hacer sentir bien a los demás, tan simple como eso.
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